La lotería llega con un tren
descarrilado.
Y el día de Santiago ocurrió,
nómbrese accidente, califíquese de castigo divino, o dígase
oportunidad para los más desfavorecidos, que un tren descarrilara en
una región muy pobre, de la pobre Galicia.
Y cuerpos humanos
cargados de carne fueran de ella desprovista por obra del impacto,
los desgarros de la piel contra los hierros de los vagones, y una
nube de polvo y fuego que pulverizaba a todos los viajeros. Fueron
las orbitas oculares de un preciosa adolescente ilusionada con la
fiesta de Santiago a dar en la nuca cortada de un viejo beato que
había luchado a las ordenes de Franco y votado varias veces al
partido popular. Un banquero cuyas piernas fueron amputadas por una
polea del motor saliendo disparadas por la ventana veía desde el
suelo intentado caminar entre un charco de su propia sangre cómo el
techo estaba a punto de caerle. Había en un vagón montado por el
golpe sobre otro vagón, un vendedor de verduras que había sido muy
avaro y cruel con sus hijos con el rostro lleno de cristales. Su cara
había desaparecido. Se le veían las mandíbulas, la lengua que
chasqueaba, carecía de labios, de la mayoría de los dientes, y de
nariz. Tal era su aspecto mientras se movía en el cajón que un
revisor aterrorizado cogió un palo con una sola mano y lo mato a
golpes presa de los nervios cuando se dio cuenta de que le faltaba un
brazo. Una pareja de novios jóvenes que se acaban de casar, aunque
ella no era virgen, estaban atrapados entre unas mesas rodeadas de
llamas.
-Cariño vuelve, vuelve, que te olvidas
de mí- gritaba ella suplicante mientras él había podido pasar por
un hueco y escapaba de las llamas. Volvió la vista y vio cómo su
esposa ardía y vertió muchas lágrimas al salir del tren por un
agujero.
Ya varios heridos, agrupados
instintivamente para protegerse, ayudándose unos a otros se alejan
de las vías para adentrarse en un bosque tenebroso repleto de
lechuzas, helechos, y ánimas errantes que los guían a una aldea.
Unas vacas, varios caballos y un par
asnos, todos muy hambrientos pacen la poca hierba que hay. A la
entrada de ese lugar hay unas tiendas de campaña y carromatos en
circulo que forman el poblado. Sus habitantes reunidos alrededor de
una hoguera profieren ritos extraños. Le cantan a la luna, a los
murciélagos. Las mujeres llevan pañuelos indios y cascabeles, y los
hombres de negro dan palmas y pegan en el suelo taconeos muy
frenético.
-Por favor, por favor, ayuda, hemos
descarrilado de un tren. Estamos muy heridos. Llamen a la policía, a
las ambulancias- suplican exhausto varios viajeros.
Agua, agua, vendas, mercromia- piden
otros.
Una anciana de negro con una gallina en
la mano y una rama de romero se acerca y se las pasa por el rostro a
los heridos.
Jaripe, Jaripe, son los payos. Ya se ha
consumado la maldición.
Los hombres que están junto a la
hoguera sacan las blancas navajas que huelen a jazmín y a
hierbabuena y les dicen:
Los cales brotos o la faca se clava en
la ruca.
Los heridos, los que aun conservan la
vista se palpan las ropas rasgadas y se ensucian de sangre las manos.
Les advierten a sus compañeros en shock o que se han quedado ciegos.
Ahora nos están atracando.
Vaya día- exclama un herido.
Caen algunos móviles, algunas
carteras, otros no tienen nada y son degollados cómo bueyes entre
frenéticos aplausos y gritos españoles de Ole, ole, ole.
La anciana se mete en el fuego de la
hoguera tras proferir una vieja formula judía de la cabala:
Kramandan, krasmandan, metistolefes,
obuntus.
Las llamas se apartan, entra y se la
llevan al submundo mientras grita:
Rumis míos, peregrinar a la vía, allí
encontraréis junto a un tren muertos y agonizantes repletos de
móviles ultima generación, carteras con dinero, desechad las visas,
y coged la chatarra antes de que los payos lleguen y lo roben todo.
Los rumis raudos cruzan el bosque, se
santiguan cuando ven a la Santa Compaña. Algunos difuntos del
accidente del tren, nativos de Galicia, ya se han unido a la Santa
Compaña, otros regresan a sus tierras. Los rumis rápidos despojan a
los cadáveres de sus pertenencias y agarran algo de chatarra.
Angelillo de Uixó.
Bueno, bueno, bueno, querido lector, no
penséis mal por este artículo, es que soy optimista aunque sufra
por no tener empleo. Creo que de la desgracia ajena se puede sacar
provecho. Los del PP de vall d'uixó siempre me dicen: Angelillo, Angelillo, tienes que ser optimista y buscar tus oportunidades, ser un emprendedor, no tengas asco a nada, ni a los muertos, nosotros no lo tenemos.
Yo creo que el tren lo ha descarrilado el PP para distraer la atención de la corrupción y robar a los muertos, porque de los vivos ya no sacan nada.
Yo creo que el tren lo ha descarrilado el PP para distraer la atención de la corrupción y robar a los muertos, porque de los vivos ya no sacan nada.
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