La muerte del pueblo, de Angelillo de
Uixó.
Oh muerte, tus devotos hijos te
saludan- grita Angelillo del Valle Uixó al paso del vuelo de un
gigantesco cuervo que grazna y eleva su cuerpo al Olimpo
transportando las aladas palabras del Magno que envía al diáfano
cielo azulado de junio desde lo alto del ensoñador castillo moruno
de Bejis.
Gloria a ti Magno que paseas
hamletiano haciendo burlas a las calaveras sobre la grisácea
fortaleza vencida que se yergue derruida sobre el dormido, desierto,
muerto pueblo de Bejis.
La población apenas tiene almas que
lo custodien, que lo defiendan del tiempo, de la monotonía, y del
PP.
Sus escasos habitantes, con los que se
han cruzado subiendo en zigzag por sus estrechas calles de abundantes
pendiente apeldañadas que tanto horror causan a la decrepita
ancianidad, están ya listos para unirse con el gusano y la tierra.
Un poco de calor más… y medio Bejis se va a la mierda.
El arqueólogo municipal hoy ha acudido
al castillo de Bejis. Sube la cuesta fatigado. Aun le queda algo de
la neumonía cogida en el invierno, más padece de los bronquios y el
hígado, pero aun así, con cerca de 70 años no se jubila.
Porta sobre sus hombros un puntal para
sujetar parte de una bóveda de la sala de los caballeros de la orden
de Bejis.
-¿Por favor podéis ayudarme a
colocarlo?- Les ha preguntado con gesto de suplica a Angelillo de
Uixó y su amigo Juan Miquel.
- ¿Y está cúpula en forma de
triángulo a que estaba dedicada? ¿Puede ser que a rezar al dios
Katulu?- con curiosidad de urbanita seudo intelectual pregunta
Angelillo del Valle de Uixó.
-Señores, ésta sala que estoy intento
conservar con un gran esfuerzo, y medios de mi propia casa, es la
misma en la que hace siglos se juntaban los caballeros del rey Jaime
I para organizar banquetes mientras esclavas moras ganadas en la
guerra con sudor , sangre, y la oposición ofuscada y empecinada de
los moros. Con pañuelos de fina seda transparente, oro y cascabeles,
las hermosas vírgenes de menos de 15 años danzaban alrededor de la
mesa, el asado, el fuego, y el rey Jaime. Y acaban alegremente
violadas sobre las tablas de la mesa redonda por todos los
caballeros. Y aquello hermanos, era hermoso, y sobre todo justo y
necesario.
-Bravo, bravo- Han aplaudido por la
explicación Angelillo de Uixó y Juan Miquel.
El arqueólogo ha hecho un gesto de
satisfacción. De repente ha sonado la macarena del bolsillo del
pantalón del arqueólogo.
-Me disculpan- ha dicho sacando el
móvil.
¿ Digaaaa? Tras unos instantes de
conversación, y con aparente prisa les ha comunicado a Angelillo y
Juan Miquel.
-Señores, mucho gusto en conocerles,
pero me espera el cura, el veterinario y el alcalde en el bar. Si
gustan de venir a tomar un veterano.
No gracias, queremos dar una vuelta por
el lugar- ha respondido Angelillo.
Ha extendido el arqueólogo una mano
ancha, sincera, de hombre bueno de campo. Algo místico y mojigato,
pero bueno, y muy cristiano.
Angelillo y Juan Miquel a su vez le han
dado de forma sincera la mano.
Juan Miquel cómo un autentico
caballero le ha comentado con voz de gentleman:
El gusto es nuestro. Cuando quiera
venir a la vall d´uixó le enseñaremos nuestro castillo. También
se está haciendo una reforma similar.
Cuando vaya preguntare por ustedes. Ha
quedado el arqueólogo esperando saber los nombres.
Pregunte por Angelillo del Valle Uixó,
soy conocido- ha dicho Angelillo.
Yo soy Juan Miquel de la Plana. En
verdad soy de Castellón, pero también me conocen por los lares
valleros por ir en buenas compañías.
Angelillo del valle Uixó solemne,
aristócrata, y Juan Miquel de la Plana elegante y discreto, están
meditativos contemplando el paisaje. El olor de la ultra amarillenta
manzanilla, y las violetas flores de los tomillos les hace evocar a
las hermosas hembras de los musulmanes. Borbotea el agua del Palancia
que se lanza por un afilado barranco cómo la flecha disparada por
un arco. Avanza por un florido barranco de chopos y nogales. Entre el
río se alzan calvas lomas salpicadas de corrales derruidos y viejas
masias caídas sobre los solares.
Hoy los pueblos se mueren, se
deshabitan. Y brota de la tierra una nueva raza desraizada, de
hombres técnicos que no saben nada.
¿Donde quedo el caballero y el
vasallo? ¿Donde quedó el agricultor, el jornalero y el cacique
sosteniendo el sistema? Hoy el emprendedor, el urbanita, el
intermediario aprovechado, dominan la raza, el tiempo, la producción.
Oh hermano- ha dicho a su amigo
Angelillo- el sistema es un mierda.
Hay que destruirlo. Estos tiempos no
son gloriosos ni chanan.- ha contestado Juan Miquel muy
acertadamente.
Han bajado al pueblo. Los bares están
vacíos, los comercios cerrados, la carreta muerta. Ningún coche de
línea pasa por Bejis, ni ningún tren para allí ya. Algún
anciano, autentico asceta, sentado con gallato, cigarro en al boca,
boina sobre el cráneo calvo, mirada dura acostumbrada al horizonte,
observa el pueblo declinar. Las casas son tristes. La mayoría
grises. El monte que las rodea también es gris. Los ancianos ven las
casas caerse, los hijos emigrar de nuevo, ven perderse los papelillos.
Ven con melancolía e impotencia al
sepulturero todos los días llevándose a algún amigo y mirándoles
de reojo.
Angelillo del valle de Uixó y Juan
Miquel de la Plana han salido por los alrededores en un buga muy
hermoso que se gasta el Juan Miquel, tirado por muchos y poderosos
caballos de vapor alemán.
Oh hermanos, esos bárbaros saben
hacer coches.
Sienten pesar de estar en el pueblo. Y
la verdad es que no hay mucho que mirar, y el ambiente en verdad es
bastante depresivo. Una estatua de un tío con gafas que creen que es
Mikel Jackson.
Una iglesia barroca de esas estándar de provincias
reformadas cada siglo dependiendo del estilo de moda, y seguramente
bombardeada en la guerra civil, y vuelta a reconstruir. Excepto el
campanario. Sin duda con pinta de ser autentico de cuando a un grupo
de vecinos del S XVI, sin financiación ni líneas de créditos, se
les ocurrió la jorocha idea medio muertos de hambre y enfermos de
pestes y guerra, hacer un edificio colosal. El campanario de Bejis
parece tener voluntad de preservarse sin alterar. Por las callejuelas
del pueblo surge algún que otro arco de medio punto entre casas
que casi se tocan los balcones , y que al traspasarlo se adentra uno
en un callejón sin salida donde se ve un gato tomando el sol, o
una anciana cosiendo, y de fondo la pared de una casa vieja con teja
y moho en el techo.
Hastiados del pueblo, Angelillo del
Valle Uixó y Juan Miquel de la Plana montados veloces en el buga,
con la casete a tope y derrapando en las curvas han parado en una
gran masía..
-Mira Juan Miquel, una casa con escudo.
Una casa de la realeza- ha dicho reverente Angelillo contemplando
sobre un muro muy alto, muy hermoso, pero sin el techo, un viejo
escudo heráldico. El sueño de todo español de bien. Incluso de
algunos del mal cómo los desahuciados que no tienen casa. ¡Ya les
gustaría a los afectados por la hipoteca tener una con escudo de
armas por muy pacifistas perroflautas que sean!
Esta pared con escudo, oh hermanos, si
nadie lo remedia está a punto a caer, de perderse, de olivarse.
-¡Qué barbaridad! ¡Que barbaridad!
Hasta la realeza se olvida en ésta provincia- ha exclamado Juan
Miquel de la Plana.
Y ambos en ese extraño páramo de
soledad, con esa misteriosa casa a más de mil trescientos metros
sobre el nivel del mar, entre nogales perdidos, con un corral en uso
donde los borregos que exhalaban su delicado olor y hacen: Beee,
beee, beee insistentemente, han hecho conjeturas sobre le destino de
esa familia.
-Seguramente serían unos Carray a la
española. Pero ¿que debió de pasarles? - se ha preguntado Angelillo
de Uixó.
Quizás tuvieran una trayectoria
similar a esa familia de Sicilia del Gatopardo escrita por
Lampedusa, cuando la revolución de Garibaldi hace que las cosas
cambien para que todo siga igual. Pero entonces ¿qué debió
pasarles a esos Tancrani?- Juan Miquel mira a través de la puerta entreabierta. Se
muestra un patio donde ha caído el techo de cañizo.
También hay todo tipo de escombros
.Una higuera cargada de verdes higos florece en el salón.
En España siempre han mandado los
mismos, y mal andaremos si empiezan a mandar otros, especialmente los
pobres- comenta Angelillo de Uixó adentrándose por un muro
agujereado. Coge unos higos.
A lo lejos se ven venir unas sombras. Avanzan lentas y llevan cómo una lanza en ristre.
El es arqueólogo, el cura y el alcalde
con puntales que se acercan a la masía.
¿Qué tal muchachos? Exclama el
arqueólogo- Nos volvemos a encontrar
-Ya ve, dando una vuelta. Bonito lugar-
Dice Juan Miquel.
-Cierto, cierto. Afirma el alcalde un
hombre bajito, con pecas y una gran sonrisa.
Nos preguntábamos este y yo que pasó
para que ésta casa acabara así. Parece guay. Pregunta Angelillo de
Uixó observando al cura, un anciano de nariz aguileña, seco cómo
una pasa, y aspecto de austeridad y severidad de Jesuita.
Cosas de la vida- responde el
arqueólogo dejando el puntal en el suelo- El barón de Bejis hace 10
años fallecido en su juventud tuvo tres hijos. Uno se caso con una
gitana y lo desheredaron, el otro se hizo militar y nada sabe nada de
tierras, y el pequeño aquí lo veis, se hizo cura jesuita y se fue
al Perú. Ha vuelto hace 5 años expulsado de ese país que quiere
prosperar y alejarse de las dictaduras y los españoles. Nadie ha
trabajado las tierras desde hace 30 años, ni en verdad nadie las va
a trabajar. En el pueblo todo son ancianos, gente joven no hay, y por
eso todo se ha perdido.
- ¿queréis trabajar para mí? Pregunta frotándose las manos con ademán de judío, sonriendo y mostrando unos dientes afilados el señor jesuita.
Angelillo del valle Uixó y Juan
Miquel de la Plana se han mirado.
-No, no gracias- han contestado, y se
han alejado por un sendero de repleto de sendas para el ganado hasta
bajar por un barranco quemado y seco. Entre árboles ennegrecidos
cómo una tribu de zulúes silba el viento:
La tierra está ensangrentada, la
tierra está envenenada, nadie quiere sus frutos ni trabajarla.
Angelillo de uixó paseo por Bejis la
mañana del 21 de Julio.
La muerte del pueblo, de Angelillo de Uixó by Ángel Blasco Giménez is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.
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