viernes, 21 de junio de 2013

La muerte del pueblo, de Angelillo de Uixó


La muerte del pueblo, de Angelillo de Uixó.





Oh muerte, tus devotos hijos te saludan- grita Angelillo del Valle Uixó al paso del vuelo de un gigantesco cuervo que grazna y eleva su cuerpo al Olimpo transportando las aladas palabras del Magno que envía al diáfano cielo azulado de junio desde lo alto del ensoñador castillo moruno de Bejis.
Gloria a ti Magno que paseas hamletiano haciendo burlas a las calaveras sobre la grisácea fortaleza vencida que se yergue derruida sobre el dormido, desierto, muerto pueblo de Bejis.
La población apenas tiene almas que lo custodien, que lo defiendan del tiempo, de la monotonía, y del PP.







Sus escasos habitantes, con los que se han cruzado subiendo en zigzag por sus estrechas calles de abundantes pendiente apeldañadas que tanto horror causan a la decrepita ancianidad, están ya listos para unirse con el gusano y la tierra. Un poco de calor más… y medio Bejis se va a la mierda.
El arqueólogo municipal hoy ha acudido al castillo de Bejis. Sube la cuesta fatigado. Aun le queda algo de la neumonía cogida en el invierno, más padece de los bronquios y el hígado, pero aun así, con cerca de 70 años no se jubila.
Porta sobre sus hombros un puntal para sujetar parte de una bóveda de la sala de los caballeros de la orden de Bejis.






-¿Por favor podéis ayudarme a colocarlo?- Les ha preguntado con gesto de suplica a Angelillo de Uixó y su amigo Juan Miquel.
- ¿Y está cúpula en forma de triángulo a que estaba dedicada? ¿Puede ser que a rezar al dios Katulu?- con curiosidad de urbanita seudo intelectual pregunta Angelillo del Valle de Uixó.
-Señores, ésta sala que estoy intento conservar con un gran esfuerzo, y medios de mi propia casa, es la misma en la que hace siglos se juntaban los caballeros del rey Jaime I para organizar banquetes mientras esclavas moras ganadas en la guerra con sudor , sangre, y la oposición ofuscada y empecinada de los moros. Con pañuelos de fina seda transparente, oro y cascabeles, las hermosas vírgenes de menos de 15 años danzaban alrededor de la mesa, el asado, el fuego, y el rey Jaime. Y acaban alegremente violadas sobre las tablas de la mesa redonda por todos los caballeros. Y aquello hermanos, era hermoso, y sobre todo justo y necesario.




-Bravo, bravo- Han aplaudido por la explicación Angelillo de Uixó y Juan Miquel.
El arqueólogo ha hecho un gesto de satisfacción. De repente ha sonado la macarena del bolsillo del pantalón del arqueólogo.
-Me disculpan- ha dicho sacando el móvil.
¿ Digaaaa? Tras unos instantes de conversación, y con aparente prisa les ha comunicado a Angelillo y Juan Miquel.
-Señores, mucho gusto en conocerles, pero me espera el cura, el veterinario y el alcalde en el bar. Si gustan de venir a tomar un veterano.
No gracias, queremos dar una vuelta por el lugar- ha respondido Angelillo.
Ha extendido el arqueólogo una mano ancha, sincera, de hombre bueno de campo. Algo místico y mojigato, pero bueno, y muy cristiano.
Angelillo y Juan Miquel a su vez le han dado de forma sincera la mano.
Juan Miquel cómo un autentico caballero le ha comentado con voz de gentleman:
El gusto es nuestro. Cuando quiera venir a la vall d´uixó le enseñaremos nuestro castillo. También se está haciendo una reforma similar.
Cuando vaya preguntare por ustedes. Ha quedado el arqueólogo esperando saber los nombres.








Pregunte por Angelillo del Valle Uixó, soy conocido- ha dicho Angelillo.
Yo soy Juan Miquel de la Plana. En verdad soy de Castellón, pero también me conocen por los lares valleros por ir en buenas compañías.
Angelillo del valle Uixó solemne, aristócrata, y Juan Miquel de la Plana elegante y discreto, están meditativos contemplando el paisaje. El olor de la ultra amarillenta manzanilla, y las violetas flores de los tomillos les hace evocar a las hermosas hembras de los musulmanes. Borbotea el agua del Palancia que se lanza por un afilado barranco cómo la flecha disparada por un arco. Avanza por un florido barranco de chopos y nogales. Entre el río se alzan calvas lomas salpicadas de corrales derruidos y viejas masias caídas sobre los solares.
Hoy los pueblos se mueren, se deshabitan. Y brota de la tierra una nueva raza desraizada, de hombres técnicos que no saben nada. 








¿Donde quedo el caballero y el vasallo? ¿Donde quedó el agricultor, el jornalero y el cacique sosteniendo el sistema? Hoy el emprendedor, el urbanita, el intermediario aprovechado, dominan la raza, el tiempo, la producción.
Oh hermano- ha dicho a su amigo Angelillo- el sistema es un mierda.
Hay que destruirlo. Estos tiempos no son gloriosos ni chanan.- ha contestado Juan Miquel muy acertadamente.





Han bajado al pueblo. Los bares están vacíos, los comercios cerrados, la carreta muerta. Ningún coche de línea pasa por Bejis, ni ningún tren para allí ya. Algún anciano, autentico asceta, sentado con gallato, cigarro en al boca, boina sobre el cráneo calvo, mirada dura acostumbrada al horizonte, observa el pueblo declinar. Las casas son tristes. La mayoría grises. El monte que las rodea también es gris. Los ancianos ven las casas caerse, los hijos emigrar de nuevo, ven perderse los papelillos.
Ven con melancolía e impotencia al sepulturero todos los días llevándose a algún amigo y mirándoles de reojo.
Angelillo del valle de Uixó y Juan Miquel de la Plana han salido por los alrededores en un buga muy hermoso que se gasta el Juan Miquel, tirado por muchos y poderosos caballos de vapor alemán.
Oh hermanos, esos bárbaros saben hacer coches.
Sienten pesar de estar en el pueblo. Y la verdad es que no hay mucho que mirar, y el ambiente en verdad es bastante depresivo. Una estatua de un tío con gafas que creen que es Mikel Jackson. 







Una iglesia barroca de esas estándar de provincias reformadas cada siglo dependiendo del estilo de moda, y seguramente bombardeada en la guerra civil, y vuelta a reconstruir. Excepto el campanario. Sin duda con pinta de ser autentico de cuando a un grupo de vecinos del S XVI, sin financiación ni líneas de créditos, se les ocurrió la jorocha idea medio muertos de hambre y enfermos de pestes y guerra, hacer un edificio colosal. El campanario de Bejis parece tener voluntad de preservarse sin alterar. Por las callejuelas del pueblo surge algún que otro arco de medio punto entre casas que casi se tocan los balcones , y que al traspasarlo se adentra uno en un callejón sin salida donde se ve un gato tomando el sol, o una anciana cosiendo, y de fondo la pared de una casa vieja con teja y moho en el techo.









Hastiados del pueblo, Angelillo del Valle Uixó y Juan Miquel de la Plana montados veloces en el buga, con la casete a tope y derrapando en las curvas han parado en una gran masía..
-Mira Juan Miquel, una casa con escudo. Una casa de la realeza- ha dicho reverente Angelillo contemplando sobre un muro muy alto, muy hermoso, pero sin el techo, un viejo escudo heráldico. El sueño de todo español de bien. Incluso de algunos del mal cómo los desahuciados que no tienen casa. ¡Ya les gustaría a los afectados por la hipoteca tener una con escudo de armas por muy pacifistas perroflautas que sean!
Esta pared con escudo, oh hermanos, si nadie lo remedia está a punto a caer, de perderse, de olivarse.
-¡Qué barbaridad! ¡Que barbaridad! Hasta la realeza se olvida en ésta provincia- ha exclamado Juan Miquel de la Plana.







Y ambos en ese extraño páramo de soledad, con esa misteriosa casa a más de mil trescientos metros sobre el nivel del mar, entre nogales perdidos, con un corral en uso donde los borregos que exhalaban su delicado olor y hacen: Beee, beee, beee insistentemente, han hecho conjeturas sobre le destino de esa familia.
-Seguramente serían unos Carray a la española. Pero ¿que debió de pasarles? - se ha preguntado Angelillo de Uixó.
Quizás tuvieran una trayectoria similar a esa familia de Sicilia del Gatopardo escrita por Lampedusa, cuando la revolución de Garibaldi hace que las cosas cambien para que todo siga igual. Pero entonces ¿qué debió pasarles a esos Tancrani?- Juan Miquel mira a través de la puerta entreabierta. Se muestra un patio donde ha caído el techo de cañizo.
También hay todo tipo de escombros .Una higuera cargada de verdes higos florece en el salón.
En España siempre han mandado los mismos, y mal andaremos si empiezan a mandar otros, especialmente los pobres- comenta Angelillo de Uixó adentrándose por un muro agujereado. Coge unos higos.
A lo lejos se ven venir unas sombras. Avanzan lentas y llevan cómo una lanza en ristre.
El es arqueólogo, el cura y el alcalde con puntales que se acercan a la masía.
¿Qué tal muchachos? Exclama el arqueólogo- Nos volvemos a encontrar
-Ya ve, dando una vuelta. Bonito lugar- Dice Juan Miquel.
-Cierto, cierto. Afirma el alcalde un hombre bajito, con pecas y una gran sonrisa.
Nos preguntábamos este y yo que pasó para que ésta casa acabara así. Parece guay. Pregunta Angelillo de Uixó observando al cura, un anciano de nariz aguileña, seco cómo una pasa, y aspecto de austeridad y severidad de Jesuita.
Cosas de la vida- responde el arqueólogo dejando el puntal en el suelo- El barón de Bejis hace 10 años fallecido en su juventud tuvo tres hijos. Uno se caso con una gitana y lo desheredaron, el otro se hizo militar y nada sabe nada de tierras, y el pequeño aquí lo veis, se hizo cura jesuita y se fue al Perú. Ha vuelto hace 5 años expulsado de ese país que quiere prosperar y alejarse de las dictaduras y los españoles. Nadie ha trabajado las tierras desde hace 30 años, ni en verdad nadie las va a trabajar. En el pueblo todo son ancianos, gente joven no hay, y por eso todo se ha perdido.
  • ¿queréis trabajar para mí? Pregunta frotándose las manos con ademán de judío, sonriendo y mostrando unos dientes afilados el señor jesuita.




Angelillo del valle Uixó y Juan Miquel de la Plana se han mirado.
-No, no gracias- han contestado, y se han alejado por un sendero de repleto de sendas para el ganado hasta bajar por un barranco quemado y seco. Entre árboles ennegrecidos cómo una tribu de zulúes silba el viento:
La tierra está ensangrentada, la tierra está envenenada, nadie quiere sus frutos ni trabajarla.
Angelillo de uixó paseo por Bejis la mañana del 21 de Julio.




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La muerte del pueblo, de Angelillo de Uixó by Ángel Blasco Giménez is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.

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