Creí ver arder la casa
abandonada.
- Resumen de los hechos.
Los hechos son los siguiente: en la
tarde de ayer, en Vall d´uixó, bajo la ermita de San Antonio, a
martes de 4 de junio. Un humo blanco sale de una vieja ruina
embargada por el banco Santander que se encuentra junto a otros
esqueletos de casas habitadas formando un cementerio de ladrillos
donde malviven perros y personas, no mereciendo los perros semejante
vida. Es frecuente ver a pobres marginales salidos de los callejones
más oscuros de Vall d´uixó rondar por la casa abandonada, así
cómo saludar a los pobretes del lugar, pues unos y otros forman
hermandad. La asaltan a plena luz del día, con el impudor de saber
que no pasará nada pues se encuentran en zona de concentración de
pobres de solemnidad en una España pobre a punto de estallar.
Y que
si no es estalla es por cuestiones raciales, donde en este país o
marca, el aborigen de natural batueco, que más que cobarde o
pacifista, es un inferior intelectual y no tiene pensada la
alternativa. Por eso aquí no pasa nada, y se dice a modo de
consuelo: si somos pobres es porque vivimos por encima de nuestras
posibilidades. Y es cierto, se vivió con memez y con estupidez, pero
amigo, ahora vives por debajo de tus posibilidades.
En esa tea encendida de España donde
no se sabe donde lanzar la antorcha, sale el humo blanco de la vieja
ruina que asciende a un cielo alto y soleado de junio que presagia
horrores al formar sus algodoneras nubes la forma de un puño que
golpea, y cuya sombra se extiende sobre los paramos de España, donde
se sufre más que se vive.
- llamando a la policía.
-¿ Es la policía?-
pregunta el poeta nostálgico, con el sentimiento visible en el
rostro del que sufre no solo por los recuerdos y ausencias, si no por
el dolor de los acontecimientos, por la impotencia de vivir en la
injusticia, en la inmoralidad, y no poder hacer nada más que llamar
a la policía.
El poeta con el teléfono
en la mano piensa para si: si pudiera dar un golpe de estado e
imponer mis leyes para regenerar la nación. Su figura de hombre
bueno, penitente y justo, se yergue sobre un ribazo alargándose su
larga sombra hasta la ahumada casa abandonada; o lo que han dejado
de ella los bárbaros Atilas que han pasado arrasando sobre ella sin
respetar ni un objeto que dejara su antiguo morador. Cables,
bombillas, azadones. Todo, todo se lo han llevado los pobres para
venderlo en el rastro. Nada físico queda de aquel viejo andaluz que
llego a los países catanes del sur buscando fortuna. No tuvo mucha
suerte cómo vendedor de gusano de seda, que era su oficio. Comercio
muy lucrativo en ese precioso, caluroso y exótico país de donde
venía. Allí aun existe la industria de la seda, así cómo del
algodón, amen del hachis, principal negocio de Andalucía junto el
toreo.
La venta ambulante de gusanos de seda en la sociedad de vall
d´uixó cuya tradición es la del esparto para hacer sandalias y
escobas no cuajo. Dándose cuenta del carácter de estas gentes,
rápidamente, cómo un hábil emprendedor transformo el viejo
feriante andaluz su ruinoso negocio de bellos y laboriosos gusanos de
seda en a la venta de tirachinas en las ferias, gimnasios y colegios.
Entrego a protectoras de animales, grupos ecologistas locales y a su
vecino, de oficio poeta, muy concienciado con la defensa de los
animales los gusanos de seda, amenazando con un tirachinas que si no
se los quedaban los tiraba en una cuneta y encima los apedreaba por
hipócritas perroflautas.
El poeta al ver salir el
humo blanco de ese montón de escombros arruinados en que se ha
convertido la casa recuerda al venerable anciano. Vierte una lagrima
in memoriam al conmemorar su muerte hace más de un año. La espicho
cómo un buen andaluz, sin sufrir, durmiendo, tranquilo. Era una
tarde de agosto, venía cargado de dinero al vender en un colegio
de barrio marginal de vall d´uixó que tenía partido de futbol al
día siguiente contra el equipo de otro barrio marginal todos lo
tirachinas, junto unos arcos y ballestas también de fabricación
artesanal, y complementos de esas armas cómo piedra de diámetro
adecuado para las gomas, y flechas de caña de bambú muy afiladas
con alambres y hierros en las puntas que colocaba en las vías del
tren. Esa tarde, aunque llegó con mucho dinero, lo hizo agotado y
malherido de una pedrada que el dio un niño chonis que quería
probar el arma antes de comprarla.
El anciano se tumbo en el corral,
entre una montañita de hojas de morera medio descompuesta. No sabia
que bajo aquella hojarasca había proliferado una colonia de gusanos
de seda que le envolvieron hasta formar un capullo perfecto donde el
aire no pasaba. Así murió, en lo mejor de su vida, cómo siempre
ocurre. Iba a jubilarse al día siguiente de esa fatídica tarde, y
volver a su hermoso país. Quería comprarse un campo de almendros,
un cortijo, y apuntarse al programa de televisión: chicas buscan
esposo con cortijo para casarse con una negra desesperada. Pero todos
aquellos sueños murieron bajo la seda que aprovecho el corte ingles
cuando la policía al descubrir el cadáver se la vendió.
- ¿dígame?- contesta
una voz institucional de mujer cuyo oficio desfigura no solo sus
sentimientos, si no su sexo. Su voz firme y autoritaria.
¿Es usted un bromista?-
pregunta malhumorada la mujer con cierto tono de amenaza y brutalidad
policial.
- Perdone agente, estaba
recordando, y se me ha ido el santo al cielo- le dice el poeta con el
móvil en el oído y el humo cegándole los ojos.
-¿En que podemos
ayudarle?- le pregunta evidentemente incomoda, poco poética,
irritable cómo putas las mojas.
- Estoy viendo salir humo
de una casa donde no vive nadie. Pero fuego no veo.
¿Podrían pasar a ver
que ocurre?
Ahora mando una patrulla-
se produce un silencio tras decir esto y cuelgan ambos. El poeta se
retira a su cuarto, se arrodilla y le reza a Júpiter por la
salvación del alma de sus vecinos.
El humo blanco asciende
cómo el espíritu de los difuntos que no pecan entre ese armazón
de ladrillos que espera su demolición, o la ocupación por parte de
algún desgraciado miserable.
La policía acude a la
indicación. Rápidos, directos, conocedores por antecedente el
lugar. Los pobres del lugar, culpable de algo se meten en sus casas
al ver los uniformados. Los perros enjaulados ladran. Su aspecto de
maltrato y cautividad da ganar de hacer llorar a cualquier persona
sensible. Los agentes dan dos vuelta y se van. Escucha el poeta a lo
lejos a un farandul vecino que finge ser un buen ciudadano preguntar
con cinismo.
-¿ocurre algo agentes?-
- No- se escucha responder con más cinismo a los agentes.
Angelillo
de Uixó.
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