viernes, 7 de enero de 2011
Nacimos en el mediterráneo
Mediterráneo.
Los atardeceres rojos en lo alto de una colina frente al mar, la brisa cálida, el olor a romero hierba buena genista, y el calor de gente amable y simpática, forman parte la leyenda de los paisajes del mediterráneo creada por algún poeta romántico ajeno a las tierras del levante español.
Lo cierto es que en los días previos a la navidad del 2010 el frío invierno había clavado su espada sobre estas tierras. Masas enormes de campos en producción cercanos a las dunas amarillas salpicadas por la blanca espuma de un mar silencioso y oscuro, sufrieron la agonía de soportar más de 5 grados bajo cero. Las frondosas huertas valencianas semejaban a las vastas praderas heladas de la estepa del caucaso.
Gran parte de las cosechas quedaron insensible, así como el trabajo realizado.
La huerta de Angelillo, Cel, cercana a unirse al mar en el municipio de Nules no fue un excepción.
A la entrada del nuevo año el tiempo mejoro considerablemente, incluso había verduras que renacían con un poco de calor que vino tras la borrasca.
Aunque las temperaturas ya no eran de 5 bajo cero, los ocasos del mediterráneo seguían siendo poco luminosos. Los invernales días oscurecen sin colores incendiarios, sin más, como cuando se apaga una vela o se va una vida.
Discurrían esos días de primero de año como es normal en estas latitudes con los cielos repletos de nubes plomizas casi metálicas, amenazantes. Alzar la vista para contemplar esta bóveda es un ejercicio odioso.
El olor a humedad daba estas fechas mayor sensación de frío.
Sobre la amabilidad de las gentes de esta parte del litoral solo era palpable cuando se aventuraban a los campos yermos y ociosos a buscar mujeres publicas del caminás. Las encontraban en este extenso camino haciendo guardia con temperaturas bajo cero, o a muy pocos grados, frente las raíces de los naranjos y con los pies en el barro esparcido de las huertas.
El desahogo que se daban sobre la carne humillada de estas mujeres producía una catarsis humanista en estos corazones acostumbrados a los golpe de la vida. Los hombres del mediterráneo se volvían tiernos, alegres, felices y plenos al experimentar placer, consumar el deseo y tener poder. Las mujeres del mediterráneo, especialmente la de estos pueblos que no tienen semejante vía de escape quedaban destinadas a acabar siendo alcahuetas y vivir amargadas. Tristes sombras que sufren el abandono de sus hombres y se marchitaban escupiendo veneno en los bautizos, las panaderías, el supermercado, actos taurinos y en general en cualquier reunión donde se hagan visibles y puedan hablar.
Las gentes del mediterráneo padecen un individualismo agresivo, y entienden la vida como la consumación de placeres instintivos llevados a los caminos del vicio absoluto.
Pocos pueblos en la tierra son tan feroces en cuanto a tratar de procurarse todo tipo de placeres.
Lo hace desde el agricultor hasta el marques. En el mediterráneo el vicio es bastante democrático.
En la carretera de la infamia donde se amontonaban las mujeres de cualquiera, se escuchaban los motocarros, las moto vespas de muy poca cilindrada conducidas por algún anciano con un puro en la boca y los ojos vidriosos por la emoción de consumar su derecho al vicio.
Las prostitutas aguardaban el momento de la llegada del anciano indiferentes, calentándose el cuerpo con hogueras mientras sonaban las campanas repicando junto con ruido lacónico, pausado, de las acequias que abastece las huertas.
En los bares de los pueblos se celebraba la festividad de los reyes.
Nules no era una excepción en la celebración de semejante acto tradicionalista y católico como el de reyes.
En un bar llamado el alegría de la huerta el humo del tabaco subía hasta el techo, y las voces rotas por el coñac formaban una gran algarabía ronca de gruñidos jadeantes que se solapaba con la música popular emitida desde la emisora de la Cope.
En el fondo de un bar sucio, barato, donde concurrían varones españoles de media edad y jubilados de esos que destinan la paga tras una vida de trabajos y suciedad a los bares y las putas, se contaban las hazañas de calaveras.
Un hombre del mediterráneo, de campo, dedicado a riego de las huertas y por ello apodador “el regador”cargado con todas las pasiones más viles y pecados que suelen tener estas gentes cercanas al mar, bebía pensando en como vengarse de un agricultor que se había quejado de su comportamiento por no regar su huerta cuando le tocaba.
Para Pepet el regador, ser que todo le ofendía, esa queja rechinaba en su cabeza por haberse producido de forma diferente a los usos normales, es decir en los bares.
Una reclamación en el mediterráneo significaba una declaración de guerra.
El agricultor en cuestión había sido Angelillo.
Debido a que Pepet no le regaba hizo lo que cualquiera hubiera hecho, que es ponerlo en conocimiento a las gentes encargadas del riego el comportamiento de Pepet.
El regador despreciaba a Angelillo por no ser del pueblo, además de practicar la agricultura ecológica y encima de hortalizas en vez de la de naranjos, como el resto de agricultores.
Esto le complicaba la vida ya que tendría que trabajar más y tener que atender las demandas de agua de Angelillo, a diferencia de los naranjos que se regaban mucho menos. El acto de tener que trabajar más y para alguien que despreciaba era una ofensa para Pepet. Estaba decidido a expulsar de su reino al forastero.
Dejo de regar en verano causando una gran sequía en la huerta y llevándose el trabajo de Angelillo por delante. Este empezó a reaccionar mediante denuncias, y las disputas fueron creciendo con el tiempo.
Eso tan normal como formular una reclamación en el mundo de la agricultura era algo impensable.
Los usos mediterráneos mandaban que los nuevos agricultores debían soportar los desmanes de los regadores en silencio, y cuando se habían pasado muchos veranos e inviernos amargos, entonces convertidos en todos unos veteranos ya tenían derecho a que les escucharan. Así es el mundo latino del levante español y africano.
Esa mañana de reyes la mente del regador era un hervidero de malas ideas. Estaba en el bar obsesivamente pensando en la queja de angelillo. Hablaba consigo mismo diciendo: tengo que vengarme de angelillo, tengo que vengarme...
Entre tanto se acercaron dos amigos de Pepet, golfos del campo con los que había pasado media vida buscando problemas por los bares. Tenían los golfos como él la cara tostada por el sol, pelo moreno y casposo, sin afeitar, con la ropa sucia y apestada por el tabaco. Uno de ellos aunque de media edad andaba ranqueante por algún golpe.
-¿Que tal Pepet? Te vemos muy distraído- le dijo un golfo guiñando el ojo.
Estoy intentando pensar- le contesto el regador dirigiéndole una mala mirada.
-¿Tu pensar?- pregunto irónico le otro golfo tomando asiento.
Pepet no dijo nada, siguió bebiendo, parte del liquido dorado consistente en cerveza se deslizaba por su boca goteando sobre las olivas adornadas con palillos a modo de banderillas. Movió el plato hasta quedar bajo de su barbilla al ver a sus dos amigo acercarse para no compartir con ellos las olivas.
Los dos farandules pidieron cervezas a través de gestos bastantes obscenos.
Un camarera rumana se las llevo seguida en sus movimientos por todos los farandules.
-¿Sabes de donde venimos Pepet?- le dijo el golfo cojo- de cerca del campo de Angelillo, y a que no sabes a quien nos hemos encontrado este compadre y yo, Pepet. ¿A qué no sabes?
-A Angelillo- le respondió sin ganas pepet
No Pepet, a Virginia, la hija menor del chiquitín.
-¿La hija de Vicent?
La misma Pepet, ahora trabaja en el caminás- le respondió uno de los golfos.
Pepet cogiendo una oliva se la metió en la boca relamiéndose con la lengua.
-Esa chiquilla es preciosa. Yo siempre la desee, y os confieso que esperaba que acabará así- dijo el regador.- ¿ Y como ha sido ese destino?
Finalmente por todas las deudas que tiene por drogadicta y carecer de trabajo su camello la obliga a prostituirse- explico el golfo cojo rascándose la cabeza y soltando sobre la mesa blanca caspa.
hoy le hemos dado un buen repaso- apunto el otro- La verdad es que hay cola para estar con ella. Se debe aprovechar antes de que se estropee la moza, no tardará. Solo tiene 19 años y esta poco estrenada.
-¿Y como ha ido el debut?- pregunto el regador dejando ver una sonrisa inhumana.
La verdad es que me ha gustado mucho, Pepet. Primero le he saludado con un: hola Virginia que haces por aquí. Tendrías que haber visto la cara de Virginia no sabia que decir, ha bajado la mirada y tartamudeado algo. La he enganchado de la mano, me la he llevado a un huerto de esos abandonados. Al principio tenía miedo que se fuera, pero venía sin decir nada, más que temblaba. En el reguero del Emiliano la he puesto a cuatro patas. Ella no quería por la cantidad de ortigas que había, al parecer le producían urticaria, me enseñaba las heridas pero a mí me hacía gracia. Le he obligado a permanecer así mientras la montaba sobre la espalda como cubre un perro a una perra, y he cogido varias ortigas y le he azotado en las nalgas provocándole sangre. Se ha puesto a llorar como una niña. ! Ya se acostumbrara!
Pepet el regador empezó a reír. Se levanto y les dijo a los compañeros con autoridad:
- Vamos a darle otra sesión a Virginia, y una lección a Angelillo, se me ha ocurrido una idea. ¿No se quejaba de que no regaba?
En el bar se escuchaban historias similares por ser un bar cercano al caminás, y donde solían parar los golfos que venían de putas.
Se abrió la puerta del bar, la mañana era fría, las hojas de los rosales de la jardinera estaban todavía escarchados, la humedad de metía en los huesos.
Salieron los tres golfos a la calle despidiendo en su respiración un vaho diabólico como el de una bestia a punto de embestir.
Cerca de allí, con la mente en blanco, alejada de sus compañeras por novata, celos, envidias, ya que era Virginia era más guapa y joven que el resto, temblaba y tiritaba de miedo. Le dolían las carnes por los azotes. Llamó a su camello para que la sacara. El camello la consoló con una paliza. Virginia estaba a punto de desmayarse, el camello le obligo a extender el brazo para recibir una dosis de droga.
Las otras chicas contemplaban en silencio y con una sonrisa irónica.
De la vena principal del débil brazo de virginia asomo un gota se sangre, sus pupilas se dilataron, y quedo allí con la mente libre recordando los días en que era la reina de la discoteca del pueblo, los primeros besos llenos de ternura, la bebida, las drogas, la música, el baile y lo que amaba a la vida y la gente.
Le encantaba bailar, vivir, sentir.
Virginia quiso sentir, la vida le llevaba a un camino lleno de sensaciones. La intensidad de todas ellas eran superiores a la de las marujas del pueblo que estarían en la panadería tomando un café y hablando de novelas de la televisión entre bostezos.
Pepet el regador llegó al huerto donde estaba Virginia cuando el chulo arrancaba el coche. Virginia se tiro a los brazos del regador que riendo le apretó el hombro mientras ella se retorcía de dolor.
-¿Como hemos acabado, eh Virginia?- le dijo el regador. Si te viera tu padre cochina.
Eso fueron sus únicas palabras y se la llevo al pozo donde esta el motor que arranca la salida del agua.
Sus ojos brillaban de lujuria y rabia. El motor del pozo se puso en marcha con gran estruendo. El agua subía del subsuelo hasta las acequias por las que se deslizaba. Virginia estaba en un rincón casi inconsciente. El regador se acerco y la agarro de un pecho...
El agua indiferente, somnolienta, moribunda como una persona a la que se le escapa la vida, avanzaba susurrando por los caminos de naranjos. El sol ya brillaba alto, empezaba a calentar, se animaba el día. El agua pasaba cerca de las piernas de las mujeres que sentadas sobre las acequias aburridas esperaban.
Llego el agua a las tierras de Cel, y como allí termina su camino y estaban todas las compuertas cerradas empezó a crecer y a crecer desbordándose de la acequia inundando los campos.
Durante largo tiempo debió de discurrir, ya que al bajar angelillo el campo estaba totalmente anegado. Las verduras estaban dos dedos bajo el agua y durante las horas que estuvo haciendo zanjas para desaguar contemplo como el agua no paraba de brotar. Sus pies se hundían en el barro hasta las rodillas y sus esfuerzos eran inútiles. Fue al encuentro del regador, cuando llego al pozo tropezó con un bulto, era Virginia que agonizaba. Enseguida le hizo el boca a boca y un masaje en el pecho, pero su corazón no había podido soportar ese día.
Angelillo llamo a una ambulancia pero cuando llegó la ambulancia Virginia moría entre los brazos de Angelillo, y sus campos quedaban sepultado bajo el agua.
Angelillo de Uixó, historia basada en hechos reales, a 6 de enero del 2010 el día que tras las heladas se inundaron los campos.
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