lunes, 26 de septiembre de 2011

Viaje a la fatarella, domingo de amigos, alegría y fiesta








Viaje a la Fatarella. Domingo de alegría, amigos y fiesta.

“Vengo muy satisfecho del viaje a la Fatarella, de encontrarme con viejas ideas que creía olvidadas, casi muertas como los muertos que tengo en la memoria iluminándome bajo la misma luna que nos enciende está noche. Llego de la Fatarella lleno de endereza y animo”

Noche de luna menguante, aun cálida de finales de septiembre, ladran los perros atados en corrales de las casas vacías del paraje de San Antonio. Hay una luz encendida en una de ellas en la hora de la noche que cae bajo el asta del astro de nata y su tenue reflejo incide sobre el mar. Desde la ventana de la casa orienta al este se ve brillar la pantalla de un ordenador y se escucha un ligero teclear.
Hay dos perros dentro de la casa, entre un mobiliario viejo y carcomido, están tumbados en un sofá uno sobre otro. Duermen fraternalmente sin que sus colmillos conozcan la cólera, ni compartan el dolor de la persona con la que conviven. Descansan en encomiable paz mientras su amo teclea fieras quejas, más graves que el aullido salvaje de las bestias. Quizás sean humo, el mismo humo sin fuego que rodea a sus camaradas de la CGT, a los parados, a los indigentes, al ejercito cada vez más numeroso de miserables del país. Gimen quejas a golpe de tecla, no oculta quien las aporrea sus ganas de devorar carne humanas, despedazar vísceras con los dientes en el nombre de bellas ideas: justicia, amor e igualdad. Por qué de todo eso no conoce nada.
Se levanta el escribiente, bebe un vaso de agua, uno de los perros abre un ojo, se dirige hacia él y lo acaricia.

Madrugada de luna menguante, sale hacia la estación de ferrocarriles de Castellón un joven uxense desde una caseta de San Antonio tras acariciar a un par de perros dóciles medio dormidos que le siguen desde la casa a un amplio patio vallado y ajardinado donde se quedan. Le espera en Castellón su gran amigo Juanvi ,de la memoria histórica, para dirigirse ambos a la Fatarella y conocer de forma guiada con un camarada catalán que comparte con estos viajeros el mismo amor, interés y respeto hacia aquellas personas que generosamente entregaron sus corazones a un ideal superior. Credos olvidados hoy, quizás por qué se han superado, o quizás por qué hayamos perdido la inocencia.
Los hechos de la fatarella son más recordados que nunca a través de museos, asociaciones, artículos, ensayos, cine, radio, sindicalistas...
Una gran parte de nuestra población escribe a todas horas desde blog, facebook, prensa, libros y otros canales de difusión, sobre el ardor de esa generación que lucho contra la injusticia en la batalla del Ebro, de Levante, de Guadalajara... ensalzados hasta la saciedad y no comprendidos entre tanta sopa de letras, documentales y películas por todos los cobardes en que se han convertido los hombres de nuestra nación.

Llega el uxense a la estación media hora después de cerrar con llave su casa, aparca y a pocos metros de la puerta de la estación se encuentra con su amigo que está junto a su Opel. Parten hacia Cataluña en una oscuridad cada vez más clara.
Los primeros kilómetros del largo viaje discurren junto a la costa de un mar placido, plateado, manso, hasta llegar al Ebro para escalarlo entre montañas envueltas entre nubes con las crestas repletas de pinares entre riscos calizos.
Se muestra la naturaleza del río magnifica: ancho, silencioso, de aguas tranquilas, oscuras, que van cuesta abajo transportando verdes penas y riqueza para alimentar las fértiles huertas.

Un vehículo se detiene junto a la puerta de la casa de San Antonio, las luces de coche se cuelan por las ventanas, escudriña con curiosidad el conductor intentando adivinar que hará su vecino. Tras unos segundos apostado al relentí en la puerta continúa. Los perros tiene las orejas levantadas y el joven que escribe se ha girado hacia los canes indicando que no ladren, se vuelve al ordenador cuando el ruido del motor no se siente y redacta:

“ Escucho todavía emocionado lo que he visto y lo que nos han contado en la Fatarella. Último lugar de la batalla del Ebro que sirvió para la retirada del ejercito republicano. El valor de aquellas personas apostadas en la sierra entre zanjas, sacos terreros, matorrales y raíces. Inmolaron su vida en los búnkers para que más de 40000 soldados de otras posiciones pudieran salir de la tenaza asesina formada por alemanes, moros, italianos y falangistas.
Las huella negra de los impacto de los obuses, balas, están por doquier en arboles, piedras, parapetos, búnkers, pero lo que me ha marcado una profunda cicatriz en la memoria ha sido un cadáver encontrado estos días en una trinchera excavada, donde ha quedado esculpido en al tierra los huesos de un soldado aun con la granada por disparar en la mano. La muerte no ha vencido su valor.
Su imagen debe de guiarme y hacerme renacer en estas horas de dolor donde veo a mi alrededor tanta miseria por la crisis, tanto camarada acobardado, envilecido, sin ideales ni espíritu de lucha. Pisamos de nuevo una iberia maldita de desigualdades, de oprobio. Esto ya no es España, es la tierra de Caín.
La calamidad es reversible únicamente con el filo de la espada y el golpe de las granadas.
He recordado contemplado aquel espacio en la Fatarella de sacos terreros, hormigón, acero, huesos, como quiero vivir y como deseo morir”

El coche que ha subido al cabo de media hora vuelve a bajar parando para espiar, costumbre que tienden a realizar los vecinos y conocidos de Angelillo de Uixó, como si está noble persona acometiera desafueros y desvaríos.

Angelillo de Uixó, a un domingo feliz entre trincheras y camaradas.

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