lunes, 18 de julio de 2011

La Vall d'uixó Zulú. maltrato animal, basado hechos reales















La Vall d' uxió Zulú. Maltrato animal basado en hechos reales.

Agosto, el cielo vuelve a estar vacío de infinito azul, aire cálido irrespirable por la humedad de una ligera tormenta caída momentos antes, hay barro mezclado con agua en los surcos de la tierra, la hierba amarillenta podrida se agolpa salvaje por las veredas de los polvorientos caminos, cantan chicharras rabiosas y esquizofrénicas , los aborígenes uxenses holgazanean bajo la protección de los tejados a la sombra de las casas.
Sufren las gente de Uíxo de abstinencia social en las horas de más calor. Se sienten moribundos por el tedio forzoso de tener que estar en las viviendas refugiados por las temperaturas. Angustiados por el bochorno esperan los farandules el atardecer donde saldrán a dar rienda suelta a sus pasiones en las terrazas de borrachos como el cuatro coronas o el alegría de la huerta.
En la colina de San Antonio, barrio destartalado de casas por hacer que exhiben ladrillos sin lucir, tejados sin terminar, ventanas por poner, María sufre el desazón de esperar a que llegue la sombra a la calle. Habla por el móvil con una amiga tumbada en el sofá, se abanica monotonamente el rostro , arrastra el suave viento los dorados cabellos del largo flequillo dejando al descubierto una bella frente a la que vuelven gráciles los sedosos cabellos tras el movimientos del abanico.
Su cuerpo de adolescente muy desarrollado y bien formado se agita de forma suave e inquieto entre los colchones morunos y bordados de lana. En los posa brazos apoya sus desnudas piernas. Deja el abanico sobre el desvestido ombligo y toma un pequeño peluche en forma de cachorro de perro. Lo hace descansar entre sus hermosos pechos para acariciarlo. Sus labios sonrosados, gruesos y húmedos conversan sin decir nada interesante, ni siquiera presta atención a la conversación con la amiga. Nerviosa se atusa el pelo, trata de comprender por que está inquieta. Cuelga a su amiga, abandona el sofá y acude al espejo del cuarto de baño. Observa su fisonomía, posa las manos sobre los pechos reafirmándolos. Admira vanidosamente su belleza esbozando una sonrisa de aprobación y seguridad . Sale del cuarto de baño y aburrida mira por la ventana. Frente a ella se extiende la colina de San Antonio con sus pedregosos ribazos, zarzas resecas negras llenas de espinas brotando de las rocas, y la omnipotente luz amarillenta del sol cegadora. El desértico paisaje le intimida llenándola de temor. Esa calma sobrehumana junto el silencio de la casa interrumpido por el tick- tack del reloj de pared le recuerda la muerte. Con ansiedad vuelve al sofá, reina en el silencio el chicharrar, de repente escucha el lamento de los perros.
El ruido de un motor medio gripado vuelve a levantar a María del sofá, con sus patas largas, blancas, delgadas, la chiquilla asoma a la ventana. Una motocicleta sube por la colina. Los canes de la vivienda contigua a la de María intensifican su algarabía, aullidos miserables rompen la melodía irritante de los insectos estivales. Sultán, un viejo podenco de caza lesmoniosico levantándose sobre sus arqueadas patas para recibir al motorista, da con el suelo del impulso. La motocicleta va dando tumbos por la cuesta, un humo gris muy intenso y mal oliente sale del tubo de escape y las pistonadas del motor gripado se pueden contar con los intervalos de las revoluciones. La moto va en zig-zag. El motorista, un peripatético anciano de aspecto severo con vetustos bigotes a lo guardia civil golpista, moreno de campo, bajito y delgado, se agita sobre el asiento. La figura de moto y motero parece una peonza a punto de caer. Avanza de izquierda a derecha según los tumbos, al llegar a la casa intenta frenar pero la moto se estrella lentamente contra la puerta metálica de los perros. La puerta se abre y los perros afinados brincan en manada histéricos por encima del cuerpo del motorista lanzando ladridos ensordecedores al aire. Los animales se acercan a la moto. Se lanzan colmilladas unos otros por ser los primeros en comer los hígados, pulmones y cabezas de pollo con arroz que lleva el motorista para ellos y que ahora esta desparramado por el suelo. El caldo caliente y pestilente resbala de las bolsas de basura reventadas por la cuesta hasta empapar al conductor que se levanta. De las casas vecinas la gente sale. Ríen al contemplar la moto en marcha en el suelo con la rueda trasera girando en el aire y al tío Sebas con una brecha de sangre en la frente y caldo del cocido amarilleando su rostro. Vocea el tío Sebas de la gran borrachera. Blasfema cómicamente contra dios y Zapatero. Llama a los perros que tras devorar aprovechan para estirar las patas fuera de su zulo. El tío sebas coge un palo y a bastonazos los vuelve a meter en el corral sucio de orines y excrementos.
El corral consiste en unos 3 metros cuadros bajo una torre eléctrica de media tensión donde se afinan los perros.
Sultán que apenas puede caminar recibe una tunda de palos extra por su tardanza. Sus compañeros castigan la lentitud del que fuera hace años líder de la manada dándole colmilladas en los costados. María siente una profunda compasión por la escena pese su pánico y fobia a los perros de San Antonio. Ha visto como esos canes de naturaleza más fiera que si fueran salvajes matan gatos, pollos, comen carroña descompuesta, excrementos, beben aguas ponzoñosas...
María balbucea llorando un tímido:
-No, no, no, por favor para tío Sebas, lo matarás.
Sultán sin ganas de defenderse, tumbado en el suelo con la mirada perdida se gira hacia su viejo amo. Borrosamente observa el brazo negro del amo descargando el palo sobre su lomo. Una burbuja de aire sale por sus narices, sus ojos se vuelven blancos y la espicha tras un sonoro gemido lastimero. El tío Sebas cuando se ha saciado de pegarle y vuelve en si observa a todos los perros en un rincón temblando y orinándose encima. Sultán yace descoyuntado, convertido en un pellejo ocre sobre el suelo.
El tío Sebas se gira, los vecinos de San Antonio están haciéndole burla. Cruza la mirada con María que llora.
El tío Sebas alza sus ojos buscando a Dios que se ríe de la humanidad. La intensa y abrasadora luz amarillenta se clava en sus pupilas. Un hondo pesar mortal y de rechazo a la vida se apodera de él. Como un niño sobre un juguete cae sobre sultán, de rodillas con los brazos en cruz pide el borracho perdón al animal muerto. Una luz amarillenta ilumina la escena. Con una sonrisa se vuelven los vecinos a su casa otra vez aburridos. El Tio Sebas besa patético la calavera del animal. El resto de perros se acurrucan.

Hechos ocurridos en San Antonio, Vall d' Uixó, mañana de 18 Julio del 2011, el día del 75 aniversario de la guerra civil.

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