miércoles, 2 de febrero de 2011
Angelillo el rey de los hunos
Angelillo, el rey de los hunos.
Angelillo cuando bajaba para contemplar la setera ubicada en las entrañas más abismales de su villa mediterránea, no podía evitar sentir nostalgia de Hungría, un país por el que viajo no hace mucho.
Hungría, la tierra en la que nació Atila, el rey de los Hunos, y también el lugar por el que se extendieron aquellos maravillosos ejércitos soviéticos del gran Stalin, que recorrieron invencibles Asia y Europa con sus poderosos tanques, para gloria de la democracia, la libertad , el amor y la fraternidad humanas.
En el peregrinar de Angelillo por las tierras de los paganos húngaros, siendo un nativo del levante español donde a un riachuelo como el Turia le llaman “El río de Valencia” , se sorprendía de aquel Danubio azul de más de dos kilómetros de anchura en sus margenes más estrechos. Aquel enorme río estaba omnipresente en aquel territorio. El río formaba enormes islas, en ella siempre quedaba embolsado algún castillos fantasmagórico donde las hiedras cubrían las paredes, al niebla envolvía las sombras de las edificaciones, y los hombres aparecían y desparecían misteriosamente entre las vaporosas nubes creando un ambiente de inquietud para un latino hispano-moro como es Angelillo.
En su viaje, Angelillo fue atendido con mucho cariño por parte de las damas húngaras, ya que por aquellos lares era una novedad encontrar a un hombre moreno, delgado, fibroso, de rasgos suaves finos y morunos, como son los de los nacidos en España. Rasgos estos alejados del de los varones eslavos, cuya fisonomía es poco grácil. Poseen los eslavos cabezas enormes anunciando su testarudez. Sus cuerpos son gruesos de la manteca y grasas con las que se nutren, sus pieles son blanquinosas, apenas poseen barbilla y el rostros es redondo. La mayoría tiene un pelo rubio fino peinado como los monaguillos. Todo ello apesadumbra a las eslavas que son de las mujeres más bellas del planeta. Por todo ello no fue de extrañar que Angelillo fueran tan bien recibido en aquella región.
Y como la visita de un latino no puede pasar desapercibidas en la panonia húngara, no tardo en escamparse la noticia entre las mujeres de que un hispano moro muy bien dotado estaba visitando esas tierras. En los pueblos las damas se afanaban en invitar a comer a Angelillo. Esto evidentemente era un pretexto para hacerle todo tipo de preguntas.
Sobre todo le preguntaban a Angelillo sobre el mediterráneo, ya que aquellas gentes magiares nunca habían visto el mar, solo el lago balatón. Hemos de decir que ese lago es casi como un mar por su tamaño.
Pero sobre todo, las preguntas como es lógico entre las damas versaba en como se hacia el amor en España.
Habían oído hablar de que España era un pueblo refinado en el amor. Se decía que sus hombres se enfrentaban a los toros con un trapo rojo cuando estaban enamorado de una dama. Tras saltar el enamorado al ruedo gritando el nombre de la amada: por doña Ines, por doña Isabel, por doña Lola, por Pilar...luchaban contra un toro del que brotaban llamas de los cuernos. Las damas ataviadas con peineta, mantón negro de encaje, abanicándose para evitar los sudores seguían con la mirada como arriesgaban la vida su amante por ella. Si el varón sobrevivía se celebraba la boda rasgándose la camisa, y eran felices para siempre.
Angelillo les confirmo estos hechos, y le narró al pueblo húngaro las peculiaridades de su región.
En ella los mozos de su pueblo, el valle de Uixó, antes de casarse debían arrojarse a una plaza de toros sin trapo, y saltar siete veces por encima de la cabeza del animal para convertirse en un adulto. También angelillo les contó otras menudencias geográficas de su pueblo y España. Les comento como en el valle de Uixó al igual que en muchos otros sitios del país los ríos no van por la superficie de la tierra, si no por debajo. Así pasaba en Uixó cuyas gentes nunca habían visto un río al aire libre, solo conocen el agua que brota en las cuevas.
Aquello asombro a los magiares.
Las damas le hacían a Angelillo muchas preguntas sobre los amantes de España, mientras le ofrecían el plato típico de Hungría: setas con filete de oso.
Angelillo como buen pedagogo para explicarles la pasión de su pueblo hizo varias demostraciones prácticas de como aman las gentes de España, quedando las húngaras encantadas y asombradas por fuego corre por las venas de los hispano-moros.
En los paseos frecuentes que hacían angelillo por la estepa se sorprendía por las cantidad de setas que había por todas partes. Los húngaros, un pueblo pacifico como ningún otro en las tierra, entre sus aficiones esta la de pescar en sus ríos y lagos, cazar con arco, e ir a por setas.
En casi todas las comidas se sirven setas con la caza fresca. Es fácil degustar setas con oso, ciervo, truchas, salmón...
Las setas que acompañan los guisos son de todos los tamaños, sabores y propiedades.
Los aldeanos de szabolcs-szatmar-bereg una preciosa región fronteriza con Ucrania, le contaron a Angelillo como los hunos fueron los que enseñaron al pueblo magiar a diferenciarlas y a cocinarlas.
Escuchar eso le extraño a Angelillo, ya que pensaba que los hunos era un pueblo bárbaro comedor de carne cruda.
Estos prejuicios se debían a la educación de Angelillo en un colegio de jesuitas donde su profesor de historia: el padre Torquemada, cuando tocaba la lección de los hunos y la caída de roma les contó lo siguiente:
-Hoy hablaremos de los hunos niños. No penséis que estos bárbaros que destruyeron roma eran humanos. Eran como los comunistas de stalin, diablos. Los hunos fueron engendrados por satanás en escitia, con el fin de atacar a nuestro santo padre, como Stalin.
Hunos y comunistas niños son paganos incurables, a los que habría que asar en la hoguera a fuego lento para salvar su almas pecadoras.
Os contare hasta el extremo de barbarismo de estas gentes niños. Los hunos no se alimentaban como las personas normales, es decir los Españoles, con verduras y cereales ecológicos, si no con carne cruda que almacenaban debajo de la montura de sus caballos para que fuera fermentando.
Los hunos que nunca bajaban del caballo cuando tenían hambre sacaban la carne cruda fermentada y comían. Así era ese pueblo niños, y no quiero ni saber con que se alimentaran los comunistas hijos míos, cuya secta hereje habita en España, esperemos que el santo padre Juan Pablo II nos proteja, Amen.
Mañana hablaremos de los santos reyes católicos y la reconquista, bajaros de Internet el cuadernillos de historia de Felelico Jiménez lo Santos.
Debido a la lecciones de historia del padre Torquema y de Felelico J. Lo Santos, Angelillo creía que los hunos, y por extensión los húngaros, rumanos, búlgaros, rusos eran gente sin civilizar. Al visitar Hungría y ver la huella de los hunos se daba cuenta de que fue un pueblo con unos amplios conocimientos de la naturaleza, ya que incluso hoy en día de la mayoría de las setas se desconocen sus propiedades. Los hunos las conocían todas, incluso las que curan el cáncer y los constipados, pero los jesuitas y el santo padre al conquistar Hungría destruyeron ese saber.
De su viaje a Hungría, Angelillo trajo unas setas, cosa que asombro mucho a los nativos uxenses en cuyas desérticas montañas no existen.
Angelillo vació una leñera que tenía y empezó a versarse en el cultivo de las setas con técnicas magiares de premacultura a lo Fukuoka.
Este cultivo le sirvió para consolidar su admiración al pueblo huno, cuya historia no solo está ligada a Atila el azote de Dios, si no a las setas, a la naturaleza, a la libertad y a los derechos humanos tal y como los concibe Angelillo y los bienaventurados como él.
Mientras su admiración por los hunos aumentaba día a día al conocer su gastronomía, sus hábitos de higiene, su manera de amar a las doncellas después de haberlas librado de sus marido e hijos...
Pero una pregunta no dejaba de atormentar la mente de Angelillo, y tenía que ver con su infancia:
¿Por qué el padre Torquemada o Felelico Giménez lo Santos tendrían interés en mentir sobre los hunos, los comunistas, la reconquista...?
Angelillo que era un criatura que podríamos llamar inocente no conseguía desvelar ese misterio.
Es un texto de Angelillo de Uixó en recuerdo a su viaje de Budapest y la cantidad de setas que trajo de ese lugar cuyo cultivo guarda como tesoro huno.
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