jueves, 25 de noviembre de 2010
La vida de Angelillo y un ponny de Uixó
Angelillo y un ponny.
En el camino que discurre hacia la ermita de Vall d' Uixó, dedicada por ironías del destino o por pura socarronería hispana, a San Antonio patrón de los animales. Entre unos ribazos destruidos, casas a medio hacer, chatarra, escombros, perros enjaulados, cabras, gallinas, niños, se divisa el garabato de un ponny atado a una cuerda comiendo hierba seca.
El animal se pasa allí amarrado las horas mirando lacónico el paisaje grosero de Vall d' Uixó: montañas expoliadas , caótico desarrollo urbanístico, vertederos de basuras ilegales , gentes morunas enzarzadas en sus egoísmos cotidianos e innoble lucha por vivir.
Unos chiquillos que viven en este arrabal tienen sus días de gloria jugando con el ponny.
Dentro de unos años, más embrutecidos al haber perdido la poca inocencia que la naturaleza dispensa a estas crueles criaturas llamadas “Los pobres” recordaran mirando atrás los únicos días felices de su desgraciada vida: los que el ponny les dio.
El griterío de los niños pobres los domingos jugando con el ponny justifica su presencia y su sufrimiento.
El animal monótono, desconcertado, cumple con el papel que la naturaleza le ha otorgado: subir sobre sus lomos a unos chiquillos que juegan enternecidos con él.
Al ver esta imagen: ¿Quién se atrevería a maldecir la vida?
Cuando aquellos que cometieron el delito de reproducirse y arrojar a la vida y al sufrimiento a estos chiquillos creen que ya se han divertido lo suficiente, descabalgando por la fuerza a los niños que se resisten, devuelven al ponny a su árbol, a su cuerda, a su hierba seca, y ellos se van a comer la paella dominical, muchas veces hecha con los pollos, conejos que almacenan en corrales llenos de escombro. Las pieles, vísceras, huesos desgarrados de los animales son arrojadas a los perros atados, a las gallinas, o simplemente a la calle como escenario del apocalipsis en el que viven los pobres.
La naturaleza es sin duda obra se Satanás.
Todo se lo debemos a él: el frío, la lluvia, el sol abrasador, la sed, el trabajo, el hambre, la pobreza, la nieve que algunas veces que cae por el lugar, la vida....
De todo esto recoge en gran cantidad el ponny en silencio, ya que los animales no se lamentan, ni se deprimen. De lo contrario este animal y el ejercito de perros, pollos, conejos, cabras, caballos y demás biodiversidad atada y enjaulada de San Antonio ya se habrían suicidado o rebelado.
Hay gentes que creen que los animales sufren y tienen sentimientos, pero aquí en san Antonio son como los pobres, que no se les nota mucho la sensibilidad.
Angelillo, uno de esos seres inferiores y desgraciados que sufren de accesos de hipersensibilidad e idiotismo, muchas veces le da de comer al animal, le acaricia y le susurra.
Cuando se acerca a el ponny en invierno, este suspira un vapor blanco en las frías madrugadas pasadas al raso.
Al verlo llegar, avanza el animal somnoliento y entumecido entre la hierba con escarcha dando trotes a cada paso más ágiles por la ansiedad de la comida, luego, calmado mira a Angelillo con sus enormes ojos vidriosos castaños llenos de bondad e ingenuidad.
Acto seguido Angelillo conmovido sin saber por que le acaricia la frente.
El animal vuelve a suspirar emitiendo más vapor blanco, y se quedan ambos en silencio compartiendo la vida.
Angelillo al ponny de San Antonio, dedicado al sufrimiento y odio que causa verlo, acariciarlo, susurrarle.
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