A Miguel Ángel Blanco le llamaban: Careto.
De Angelillo de Uixó.
Ésta historia está basada en hechos reales, a los personajes se les ha cambiado su nombre para mantener su dignidad.
Mañana triste y monótona de otoño que suena a vieja y rancia. El sol de mitad de octubre cubre luminoso los amarillentos y marchitos arbustos de un rincón de Vall d' Uixó frecuentado por ciclistas, corredores de triatlón y paseantes. Cielo sin nubes, raso. La tierra sedienta por sequía. Una figura ajada acompañada de dos canes que saltan y brincan sube por el cerro de San Antonio. Lo hace turbio de pensamientos y ceniciento. Entre algarrobos rodeados de retama, jara y lavandas se encoje la efigie del caminante íbero. Desgarbado recoge arqueado excrementos de conejo amontonados entre esparragueras con el ánimo de echarlo a sus dos palmos de tierra que tiene en el corral de su chabola. Espera las lluvias. Sube por una trialera cuya cumbre corona la ermita de San Antonio. Un aljibe de blanca cal queda en el rincón de la escalera de pétreos peldaños. Llena del aljibe agua en una botella de cinco litros para fregar un plato, una cazuela , un tenedor, y dar de beber a tres perros.
Brincando cómo una coneja baja Asunción por la ladera de Penya Creus. Los brazos posan en movimiento pegados a la cadera, semeja una erótica esquiadora. Las mallas ajustadas a su cuerpo le hacen parece que va desnuda. Sus curvas bien torneadas danzan las mil y unas noches entre las ramas de llentiscle, romero, zarzamoras, zarzaparillas. La boca redonda, carnosa y sensual jadea por el esfuerzo. Las rodillas suben y bajan acompasadas. -Oh rítmicos pistones, muslos bien lubricados, acostumbrados a subir y bajar- La mirada la lleva atenta cómo una gallinita que picotea buscando comida. Focaliza a un metro delante de sus pies para no caer entre la tierra suelta y las piedras de rojo rodeno encendido del terreno. Martín la ve venir. Oculta por vergüenza masculina el estiércol, la azada y la botella de agua tras un pino. Los perros salen a su encuentro en busca de su tímida caricia. Hace varías semanas que no se ven. La ermita soleada recibe a las lagartijas que bailan sobre la calva de San Antonio dibujado en la cerámica del rustico pórtico.
Hola Martín, ! Cuanto tiempo sin verte! Pensaba que te habías ido a trabajar al extranjero. Ya no bajas por la caseta-. ¿Estás bien? - Él la mira distraído, decepcionado con ella, comprendiendo que se acaba de desenamorar.
Estoy bien- cacatúa en presente de indicativo y primera persona.
Ella le mira extrañada pero sonriendo, con esa ingenuidad y positivismo sentimental propio de las mujeres que son hermosas lo saben. Los perros se tumban, ella no para de moverse para no enfriarse.
-¿ Y estás cobrando algo?- le interroga sin pretensión de averiguar nada, sin malicia, por tranquilidad. En cierto modo pese a ser una mujer moderna, frívola, y preocuparse cómo la totalidad de la población de Vall d' Uixó de su propia existencia, cuantificada en tener trabajo, algo de dinero para vicios, y poco o nada más, tampoco disfruta con el sufrimiento ajeno, aunque tampoco haría nada que estuviera en su mano por evitarlo.
-Si, cobro algo de los servicios sociales- responde indefinido, se entremezcla lo anecdótico de cobrar de los servicios sociales, ya que pocos pueden presumir de hacerlo en época de Rajoy, y la frustración que conlleva esa situación de la que pocos salen cuando entran en ella. Aproximadamente de uno entre un millón de españoles consiguen superarlo.
Menos mal- le dice fingiendo alivio, cambia de tema rápido, muy acorde a la personalidad de las mujeres- Ayer estuve en una manifestación para proteger la sanidad. Fue la primera que he hecho en mi vida. Me acorde de ti que has ido a tantas.
¿Y hubo gente?
No te vas a creer cuantos eramos- le dice Asunción.
¿ Era sectorial? ¿ Simplemente los trabajadores del hospital ? Pregunta y le aclara que es sectorial. Hace Martín prodigioso sus cálculos infinitesimales acostumbrado a haber ido a muchas huelgas con la CGT y evaluarlas.
Si.
Pues seis personas- se aventura a contestar generoso asumiendo el hartazgo y malestar del momento histórico.
No- niega con la cabeza coqueta- eramos 20. Yo le dije a mi compañero: si no nos desnudamos aquí no viene nadie- hace un gesto burlón y sexy Asunción que irrita a Martín.
Así son las cosas en la actualidad. Sin batucadas, sin desnudos, sin tetas , sin coito, no hay éxito en las manifestaciones. 20 personas está bien Asunción. Ah criatura ingenua, pequeña bribonilla. !Si yo te contará! - ella hace ademán de irse, pero antes le lanza una pregunta Martín:
¿ Y por qué os manifestabais?
Por los recortes y que las cosas vuelvan a ser cómo antes de la crisis- aclara abriendo de par en par los ojos.
Buen motivo, y lo será. El jefe de la Chevrolet España ya está anunciando que cuando vuelva el crédito ha de haber una avalancha de compras de coches y no podrán servir los concesionarios a la gente. Asegura el yanky mata apaches que a los españoles nos encanta comprar coches- le guiña el ojo entortándose cómicamente.
Ojala dios te oiga Martín- cruza las manos y se le llenan de alegría sus preciosos ojos pensando en hace unos años, donde en España la miseria era marginal.
Esto pasara Asunción, seguro, ningún mal dura mil años. Aunque alguno se quedará en el fango. De momento nos aguarda hambre, a unos más que a otros- se lo dice con rabia pese a estar en tierra santa y católica . Martín se encuentra en esa mitad de la España que pasan necesidades. Mira a su vecina de forma desconsiderada. Antes de iniciarse la crisis eran de un estatus social igual, pero ahora son de otro bando. España se parte, hay dos españas. Los que trabajan y son infelices ,y los que no trabajan y son infelices, y ambas españas son irreconciliables. Guerra, Guerra, Guerra.
Si , es bochornoso lo que está pasando Martín. La gente, el pueblo pasa hambre. Él la mira sintiendo rabia de que ella emplee la palabra pueblo. Le recuerda a esas locas que se lanzan a las manifestaciones cantando por la igualdad, por la paz, por el amor, cuando realmente lo único que desean es cantar, pasar un buen rato rodeadas de gente. Lo mismo ocurrió hacia un siglo, algunas mujeres sin educación del pueblo se subían a las barricadas por subirse, por ver a quien veían desde allí y cotillear, así cómo presumir de ser contempladas cómo unas actuales go-gos. Exhibicionismo revolucionario, nada más.
-Pues yo me alegro de que la gente de este lugar pase hambre, estoy disfrutando de verlo, ojala se mueran los pobres agonizando. Sea su destino perecer cómo perros rabiosos sintiendo el dolor de la punzada de hambre. Sea- enfatiza el último sea poético y mesiánico Martín. Siembra en el rostro de ella el espanto de estar ante un loco. Martín le hace la señal de la cruz y se besa el pulgar con sus labios señalándola con el dedo mojado de silaba.
-Chao- le dice ella despidiéndose con una mirada piadosa de monja y de voluntad por vivir que desgarra a Martín. La melena rubia de Asunción recogida salta graciosamente cómo las ranas en los charcos bendiciendo el paisaje con el movimiento de su trasero.
Martín recoge furioso el agua y el estiércol vencido, sintiéndose cómo un gilipollas pero satisfecho de serlo, de salir por fin del armario. De Asunción ya no queda más que un garabato negro entre la espesura violenta de maleza. Baja acompañado de sus perros que juegan y saltan a su lado semejando a las rémoras que detienen los grandes barcos. Camina cansado, asqueado, en dirección al paraje de San José a recoger cañas para los guisantes. Camina y maldice a cuantos le rodean. Los perros acostumbrados a visitar el lugar todos los días intentan desengancharse de la cadena que Martín les acaba de poner en el cuello pese a sus protesta y tirones. Quieren perseguir a los gatos que se esparcen entre la rocas de las grutas de San José pidiendo limosna alimentaria cómo los desempleados a los turistas. Un flash ilumina las pequeñas cavernas que sirven de refugio a los gatos. Fotografía entre vómitos la voluntaria de una protectora de animales. Los cadáveres de tres gatos muertos asoman semi ocultos entre las oquedades paleolíticas. Los sesos blancos esparcidos en gorritones le dan aspecto de estucado y gotelé a las paredes negras y húmedas de la cuevecilla. Los ojillos de luna menguante quedan estáticos, con mirada eterna e infinita, cósmica, sosegada. Semi cerrados no ven el retrato fotográfico que les hacen. Sus canillas cortas, desnudas y peludas quedan extendidas con las uñas sacadas. Vano último intento de salir de esa agonía de golpes en el cráneo dados por un cromañón mil eurista, certero en el uso de la escoba, presumiblemente barrendero. En la pequeña cueva sin salida han sido atrapados y golpeados los gatos con algo parecido a una barredera. La voluntaria tras volver vomitar investiga detectivescamente. Mira a los groseros restaurantes que avergonzarían a cualquier turista que visite el lugar si supiera que en el restaurante “la Gruta” vivió el hombre prehistórico, y miles de años después , en 1976 un batueco decidió abrir la cueva llena de material prehistórico de incalculable valor para poner algo sin valor que hay en cada esquina del pueblo : un bar. Y fue aplaudido por los batuecos del lugar por semejante proeza. Un gerente con corbata, gordo, de cogote despejado se asoma a la calle, mira las cuevecillas. Se vuelve de puntillas a su gran cueva iluminada por las fogatas de las bombilla de bajo consumo. La voluntaria con falda hippie, turbante morado e indignación anti capitalista y anti maltrato animal entra en el establecimiento. Cabreada pero educada, demostrando estudios y pertenencia la 15-M. Varios farandules alemanes compran postales y sorben ruidosamente café torrefacto.
¿Al final lo has hecho verdad? Has mandado al barrendero bizco y malo ese a que matara a los gatos- coloca la hippie las manos en su cadera y el karma se le enciende amoratando sus mejillas.
El gerente lanza una mirada a los alemanes. Estos piensan que la hippie es una bailadora gitana española que va a hacer de la temperamental Carmen.
Miau, miau, ¿ Dices de gatos joven? Pardiez pues traelos y los echaremos a la paella. Miau, saben igual que el conejo, no diferenciarías el sabor, solo se nota porque sus costillas son redondas y no planas- el gerente bromea. Ha sufrido en sus carnes varias veces la divertida broma nacional de los gatos. Es costumbre en Andalucía y la Mancha hacer una paella entre amigos en el cortijo y luego preguntar: ¿ Os ha gustado? la gente dice: si. Luego el bromista, generalmente el anfitrión, pregunta: ¿ Os ha gustado el conejo? No habéis dejado un trozo ni para los gatos.
Si, si -responden agradecidos los comensales. Y el bromista saca las cabeza de los gatos con los que ha hecho la paella y que saben a conejo.
Eres un desalmado, tienes el karma de hitler. Pienso ir a la policía- grita con su voz de grulla de forma imprudente al gerente, un futuro entrevistador de un puesto de trabajo del que ella puede ser candidata. ¿ Quién sabe si alguna vez tiene que volver a llamar a esa puerta? -Loca, loca, loca juventud, insensatos del 15-M- Le da la espalda de forma sexy yéndose hacia la puerta. La falda vuela en torno a su cuerpo cómo una peonza. Los alemanes aplauden su temperamento gritando: Carmen, carmen. La suben al tablado y dan palmas a lo gitano y chonis, pero sin ritmo. Sus panzas teutonas de focas repletas de mantequilla y franckfurt chocan entre si , y el gerente le suplica haciendo pucheros : -baila mona, baila, te daré 50 euros.
La perroflauta se lo piensa. Sube al estrado y baila diciendo al gerente:
Me pagaras ¿verdad tío cerdo?
Si hijita mía, si- observa con ojos porcinos y deleite baboso el baile hechizante de Carmen fusionado con rototom chill out.
Martín corta las cañas bajo del puente de San José.
El machete está hecho para corta la caña ¿ y para que más? -pregunta a su perrita Meidei que lanza un ladrido de escolapia de internado. Si mi amada Meidi- también sirve para cortar cabezas. -Guau, guau- le responde la perrita.
La sombra de la peña medio día llega a los pies de Martín anunciando que es medio día. Las tripas de Martín hacen gruff . Cargados suben hacia la casa. Un coche destartalado, viejo y agotado trepa a las casetas de San Antonio.
Se lanzan miradas de Puerto Hurraco el conductor y él. Rencor de gente mala de campo, gente de sangre avinagrada por la vida, donde una mala palabra es una buena escusa para sacar la navaja y afeitar las barbas del vecino. En la casa ,un perro flaco aguarda dentro. Viva estampa de piel de león cazado y curtido que sirve de alfombra cuya cabeza disecada y colmillera nos dice a qué bestia pertenencia. De semejante modo, pero en vez de león can, asoma color leonado el perro consumido por una enfermedad. Alza la cabeza tras abrir la puerta. Los dos perros entran y le olfatean. Vuelca de nuevo su cabeza marchita sobre la manta. Martín baja a su huerta sin siembra pero abierta de lado a lado, esperando tirar la semilla cuando se anuncien las tormentas.
Su mente de parado, mal ordenada ,le da vueltas en una casa que es puro desorden de medios. Nace la pena sedentaria de no saber por donde tirar. Asciende cómo los globos de las manifestaciones de socialistas, UGT y de izquierda unida , el cante de los gitanos de Texas, y lanza una mala mirada a un barrio que yace postrado, de charanga y hambriento en el fondo del barranco de Penya Creus.
Las campanas de Vall d' Uixó suenan agudas. Siempre repicando, volteando, anunciando aunque haya terremotos las omnipresentes fiesta patronales acompasadas de cohetes pirotécnicos, orquestas, tamboradas, panderetas y los caciques empresarios tirando monedas a los pobres. No hay piedad para el parado. No, no, no debe haber paz, solo guerra, guerra, guerra civil para que se retorne la dignidad y el respeto al que sufre a través de una catarsis colectiva. Guerra, guerra, guerra, guerra.
-¿Que fiesta celebrarán hoy los batuecos? Maldita sean estás gentes de mi pueblo, las gentes de mi raza. Me da vueltas la cabeza- se dice Martín quitándose la camisa. Camina por el jardín con torso desnudo entre los caballones semejando una escultura griega de Praxiteles. Asomado a la rampa ve bajar cargado el viejo ford de su vecino cuyos pistones martillean dejando un reguero de humo blanquecino . El coche circula lindamente amueblado. Una mesa estilo Isabel II corona el techo, la lavadora sale pintoresca del maletero, y en los asientos las bolsas se amontonan.
Ah canalla, por fin te vas. ¿ No disfrutabas observando los parados? ¿ No les llamabas acaso vagos? ¿ Y ahora abandonas tu hogar quizás expulsado por los bancos? Fuera asqueroso, fuera, largate a Francia o a marruecos a poner caravista.! Muere, muere votante del PP que emigra!- grita esperando que le oiga. Pasea el perfil romano del votante del PP con palillo entre los diente. Conduce su viejo coche en dirección norte, emigrando en busca de alimento, siguiendo el recorrido inverso de la primeras aves que viene a España en el otoño buscando calidez y que son recibidas a escopetadas por los cazadores y los furtivos.
Vete, vete a Alemania fascista- las últimas palabras le llegan y acelera el vehículo. Recoge Martín la camisa de un manotazo y se la coloca del revés alterado. Sale al camino seguido de los perros. El caseto de ventanas tapiadas del que emigra detienen el paso decidido a Martín. Lo observa.
Las siniestras voces de la etnia calorra doblan palmas frenéticos , drogados, alcoholizados, místicos de evangelismo circense. La sombra de la casa cae sobre Martín cómo un gigante herido que le desafía.
Quien este libre de pecado que lance la primera piedra. La pintura de la chapa de la puerta se rompe del impacto de una piedra, luego le caen dos más que la aboyan. Retumban las palmas gitanas y los aleluyas. Cante de penas y sangre. La roja pintura se derrama en el polvo sediento. Por el enrejado trepa Martín simiescamente hasta el techo plano, construido con pendiente que sirve para recoger agua. Tapa la tubería que sirve de colector del agua de lluvias. Quitándose la camisa la coloca dentro a modo de tapa.
De vuelta a casa Martín canta ufano, victorioso: Agustín has sido un cabrón. El timbre vibroso y del móvil tirita sobre la mesa. Acude a tiempo al imperturbable : Ring, ring. Entra corriendo, tropieza y coge el aparato:
Halo, halo.
¿ Cómo se encuentra apaleado? -Pregunta amable, humana, tierna Encarna, en referencia al perro leonado que mira desde su vieja manta hecho una alfombra de pellejo momificado.
Una mirada fúnebre de Martín le da el parte actualizado:
Le doy 48 horas de vida. Se hace sepulcral silencio. El afectado bosteza desenrollando la lengua sonrosada.
¿Has hablado con el veterinario?- le pregunta.
Si, todavía no han llegado las pruebas, pero por el aspecto es leihsmaniasis, y es muy viejo el perro que te encontraste Encarna, seguro que muere mañana. Tu ya sabes que en esto nunca me equivoco.
Nuevamente silencio sepulcral. Emite el protagonista un ladrido afónico de cisne.
¿Y tu que tal te encuentras? ¿Necesitas algo?.
No necesito nada, gracias, estoy bien. Se despiden y cuelga el teléfono. Martín se agacha a acariciar a un perro que recogió por mediación de Encarna. Deambulaba suelto por la calle y apaleado por chiquillos. -Creo que te llamare Miguel Ángel blanco porque te quedan 48 horas. Ríe Martín de la feliz ocurrencia que le sirve de terapia y deshago de sus problemas con el PP y las reformas ideológicas que están realizando. Miguel Ángel Blanco mostrando los dientes podridos y afilados sonríe mientras le pasa la mano acariciadora por la peluda nuca, fría y huesuda. Martín se deja caer rendido en la alfombra. El reloj marca la horas de los días perdidos, de la juventud que se va, que es asesinada por la desesperación del desempleo, la desmotivación y la agonía. Tic, tac, tic, tac, y el ruido molesto, torpe, sonoro del reloj. Se mezcla con el del exterior que le llega de sus vecinos de las casetas de la montaña.
Vienen y van, vienen y van, vienen y van - se dice mirando el techo.
Tic, tac, tic, tac- dice el reloj. Guau, guau hacen los perros. Los pollos y borregos de los corrales hacen kikiriki y beee, beee, beeee, y Martín tendido en la alfombra, ido, canta: -hay que matarlos a todos, Rajoy mano dura, más recortes es la guerra. Tic, tac, tic, tac canta el reloj y trina el gorrión en la antena.
Entre ensoñaciones, paseos cortos, pasan la ociosa tarde. Varios días después , igual de tristes, otoñales, se presagia tormenta. La mañana calcada a la de ayer, y anteayer, con aroma y sabor a perdida. Camina Martín de Penya Creus a Garrut. Lo hace por sendas que no se han de pisar. Repletas de ribazos rotos por motos de trial, ciclistas, chonis, cazadores. Surgen desérticas, sucias, casetas donde pernoctan vagabundos, donde un menesteroso recoge algarroba, otro busca entre las viejas piedras caracoles para vender en el mercado. El camino es polvoriento, y el cielo se cubre de nubes. Mala gente anda por el lugar, gente repleta de desventuras, de tristezas, de soledad. A medio camino de la fuente de Garrut se conserva aun una huerta. Pasado efímero, soplo de ayer que no ha de renacer. Una figura encorvada recoge berenjenas, tomates, sandías. A su lado un viejo perro olfatea. Pasa Martín y dos canes. Unos metros atrás va Miguel Ángel Blanco, cansado, errabundo. Paran a esperarlo, y el viejo perro del hortelano, que fiel acompaña al amo que suda entre las cañas de la bachoqueta y se cubre de laureles su frente bañada por su buena cosecha, sale al encuentro de Miguel Ángel Blanco. Dos colmilladas le saludan. Sus patas se arquean cómo las un guerrero derribado del caballo, cae al suelo. Hay rencor de viejos perros conocidos, el peor rencor que puede haber en la zoología. Saltan los otros dos perros de Martín que en un ribazo de naranjos son fieles a la sombra que les da su amo. Acuden hacia la triste pelea de los viejos perros. Martín va tras ellos chillando, y el hortelano sale del campo con la guadaña en la mano. Su gesto ibero presagia sangre. Los perros callan ante el brillo de la hoz, y Miguel Ángel Blanco se lanza buscando la caricia del viejo hortelano.
Careto, careto, ¿eres tu careto?- pregunta la animal que lame sus manos.
Lo conoces ¿es tuyo?- le pregunta Martín.
No, no es mio, pero lo reconozco, es de un amigo, pero ¿ Cómo es que anda? La última vez que lo vi no podía andar.
Y apenas podía hace una quincena de días. Yo le daba 48 horas de vida, pero han pasado un par de semanas desde que lo tengo y sigue vivo. Lo encontró una amiga mía abandonado, y lo llevamos al veterinario para que le pasara lo del chip, y le echara un vistazo. No llevaba el chip y si una enfermedad mortal que al final ha resultado crónica , leihsmaniasis, se está medicando. No podía andar porque tiene los riñones y el hígado mal. Las pastillas lo equilibran. Le pueden quedar un par de años de vida. Sobre el dueño, quisiera saber.
El hombre arrepentido de haber mencionado que lo conoce se retracta al uso de la gente del lugar.
El perro no estaba abandonado- responde indignado- es que se escapo.
No se, yo lo tengo dos semanas y nunca se ha escapado, y cuando lo encontró mi amiga tampoco se iba de su lado, y: ¿Si no podía andar cómo se iba a escapar?- discrepa Martín.
Tu amiga ¿quien es?- le pregunta el hortelano para distraerlo.
Encarna, la hermosa morena que trabajaba para el ayuntamiento haciendo fotocopias y llevando la mensajería cual paloma torcaz a la oposición política al felón alcalde de vall d'Uixó. ! Qué Dios maldiga al Alcalde y un rayo le parta!- responde Martín mirando fijo al hombre que hace cara de circunstancia, sintiéndose mal de tener que mentir a una hombre que habla y piensa de forma tan correcta. Medita el cumulo de mentiras que va a decir para evitar sanciones a su amigo.
La conozco, la conozco desde pequeñita. Encarna es una buena muchacha. En cuanto al dueño del animal... decir que siempre lo ha tratado bien. Es cazador, ama a los animales. El hombre es un anciano que tiene un hijo discapacitado, dos en paro a los que ayuda, y la mujer está en el hospital, además de estos sufrimientos, padece de almorranas. No sería humano cargar a una anciano con más problemas. Yo si quieres le digo algo, y ya te busca, ¿ de donde eres?- la cabeza la baja en señal de humildad , y el gesto de idiota tan característico de los de Vall d' Uixó le acompaña a su rostro angulado y arrugado de viejo membrillo.
Vivo en San Antonio, pregunta por Martín, me apodan el Magno o el Valenciano, cualquiera te darán señal de mi casa. No tengas pena por eso que soy bien conocido, pero te advierto- y le levanta el dedo al anciano- Que el perro no tenga chip, y haya sido abandonado es delito, y muy, muy grave, más que asesinar a alguien.
El anciano no dice nada, comprende, y el Magno le pregunta otra vez observando a Miguel Ángel Blanco que juega con el anciano ¿Cómo has dicho que se llama? Tengo memoria de elefante, pero se me ha olvidado.
Careto- le responde el viejo, y lo hace de nuevo con buena intención: Ca- re- to. El magno lo apunta en el móvil, por si acaso. Grande eres , hombre precavido y prudente Magno.
¿ Y es muy viejo?- le pregunta Martín con curiosidad.
Tienes unos doce años. Ha sido un gran cazador y ha vivido siempre bien en la casa, jugaba con los niños, ha sido muy social, pero le gustaba irse de paseo- insiste en ese argumento que no es cierto. Martín da por verdadera la aseveración por no discutir, aunque no lo cree ya que el animal no hace por escapar. Ahora tiene la valiosa información que es lo importante, y el destino de su dueño en sus manos. Martín piensa con acierto que lo abandonaron una vez enfermo. Decide dejar la conversación en ese punto, e irse. Lo hace con una extraña satisfacción de saber que Miguel Ángel Blanco se llamaba Careto, que vivía en una familia de gente que le quiso mientras fue útil. Las mentes simples: mentes de los campesinos, mentes de los cazadores, mente de los del PP, son así. Mientras es útil una persona o animal se le da lo básico, cuando no lo es ,se les mata. Muerte, muerte, muerte: a los campesinos, a los del PP, a los cazadores,muerte, muerte, muerte. Martín camina a Garrut feliz de saber que Careto ha sido amado y querido, de conocer su biografía, pero se entristece de Aquiles y Meidei, sus otros perros de los que no sabe nada. Imagina historias parecidas a través de sus ojillos redondos del color de la miel.
Al regresar de la fuente de Garrut, seca y maloliente por las aguas estancadas, pasa el rato en sus dos palmos de tierra. Le cae una gota esparciendo la semilla dentro de los caballones. Cae una gota, después otra, y luego...! otra! Una fina cortina de agua empieza a cubrir el horizonte. Pasan las horas y la polvorienta tierra se convierte en un barrizal. Por el cemento del camino resbala blanca una fina lamina transparente, es agua que baja ruada formando pequeños remolinos en los baches del camino. El tejado de la casa de su vecino se va llenando de agua. Sube, sube, sube y va pesando el líquido elemento. Los diminutos pilares ceden por la noche entre rayos y truenos estridentes que anuncian la gota fría. La casa se derrumba en el silencio que le produce el estruendo de la tormenta. Los caballones de Martín se llenan de agua, de alegría. Durante 48 horas llueve, y el agua canta: vida, vida, vida, vida. La tierra se transforma en una esponja ,y el embrión de la semilla explota dentro del hoyo que ha de acogernos un día. Varias semanas después los guisantes se enredan entre las cañas, las espinacas verdeantes, clorofílicas, se abren en circulo, la acelgas se estiran, las habas surgen dispuestas a escalar el cielo, las coles a cubrir de sombra a las ortigas, y las zanahorias a enseñar tímidas su cornamenta verde mientras se ocultan rojas cómo ascuas bajo tierra.
Angelillo de Uixó.
A Miguel Ángel Blanco le llamaban: Careto by Ángel Blasco Giménez. is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
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